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Ser o no ser comercial, el dilema del rock

¿Cuántas veces no se ha acusado a una determinada banda de ser o haberse vuelto comercial? ¿Qué significa ser comercial? ¿Es bueno o malo serlo?

Vamos por partes. Para su servidor, la música que se denomina como "comercial" es aquélla cuyo fin último es vender, para lo cual se vale de una estrategia de mercado bien definida. Es un producto que explota una fórmula musical probada, la cuidada imagen del artista y su promoción exhaustiva en los medios de comunicación.

Por su parte, el rock por definición es rebelde y asume un riesgo tanto en sus letras como en su sonido. Por naturaleza tiende a experimentar y romper esquemas, por lo que cualquier intención de lucro queda, si bien no relegada, sí en un segundo término, o por lo menos esa es la idea romántica que se tiene del género.

Sin embargo, desde los Beatles y sus revolucionarios álbumes que generaban millones de dólares, pasando por las giras gigantescas de las estrellas del progresivo, hasta la cooptación de las grandes disqueras para domesticar al punk en los setenta, esa irrebatible rebeldía se ha puesto en tela de juicio.

Se repite con insistencia que los músicos que obtienen cierto éxito comercial, ya sea austero o acaudalado, traicionan las banderas primigenias del rock al anteponer ventas aseguradas a la independencia. Incluso si la sustancia de su propuesta quedó respetada en un contrato, los más ortodoxos seguidores reprobarán tal acción sin miramientos.

Lo cierto es que hayan tenido que modificar o no la médula original de su música en aras de la comercialidad, proyectos de todos los subgéneros han firmado con trasnacionales y gozado de las mieles de la fama, mientras que los que permanecen en el subterráneo obtienen el respeto de pocos pero el olvido de muchos.

Un caso concreto y digno de mencionar por su próxima visita a México es Metallica. Los más exigentes headbangers alaban sus cuatro primeros discos, pero reprochan el giro que significó el llamado "álbum negro" de 1991 y que les abrió las puertas para un público masivo. ¿Fue la decisión correcta? Por lo menos yo no lo sé.

Porque para bien o para mal, así somos los fanáticos del rock: quejosos cuando las mayorías ignoran a nuestras bandas, pero celosos cuando se vuelven populares; severos con sus discos recién lanzados, pero orgullosos de haberlos comprado; decepcionados cuando otorgan ciertas concesiones, pero al fin fieles cuando seguimos asistiendo a sus conciertos. Somos apasionados del cliché y por eso no los perdonamos.

Pero el talento de un vocalista o guitarrista no tiene que ver con que su composiciones sean aceptadas o no en la gran industria. Mientras sus creencias musicales no se prostituyan, el artista puede seguir haciendo de las suyas con fama o sin ella, incluso aprovechando las ventajas del mainstream sin dejarse seducir por este.

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